Al amanecer, Salmo 62:
¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Amén.
En algún momento durante el día…
A tus plantas dulcísimo Jesús estoy postrado implorando el perdón de mis pecados,
porque yo confío tu divina bondad y misericordia.
Bien ves Señor mi gran miseria,
y también ves que necesito del auxilio que Tu le das a los que invocan tu Santo Nombre.
Por eso Señor me atrevo a suplicarte, por tu Divino Rostro y tu Sagrado Corazón,
que no se pierda en mí el fruto de la Sangre que derramaste en el árbol de la Cruz,
sino más bien dame una perfecta contrición,
para enmendar mi vida descarriada y emplearme en servirte.
Amén.
Himno al costarse.
Cuando la luz del sol es ya poniente,
gracias, Señor, es nuestra melodía;
recibe, como ofrenda, amablemente,
nuestro dolor, trabajo y alegría.
Si poco fue el amor en nuestro empeño
de darle vida al día que fenece,
convierta en realidad lo que fue un sueño
tu gran amor que todo lo engrandece.
Tu cruz, Señor, redime nuestra suerte
de pecadora en justa, e ilumina
la senda de la vida y de la muerte
del hombre que en la fe lucha y camina.
Jesús, Hijo del Padre, cuando avanza
la noche oscura sobre nuestro día,
concédenos la paz y la esperanza
de esperar cada noche tu gran día.
Amén.
