Evangelizar no es lo mismo que enseñar moral o encontrar soluciones en el Derecho Canónico. Las cuestiones pastorales deben tratarse y decidirse entre quienes tienen responsabilidades pastorales.
Card. Walter Kasper, 2014
En sus palabras ante el Consistorio del 21 de Febrero de 2014, previo a la sesión inaugural del Sínodo sobre la Familia, el Cardenal Walter Kasper puso sobre la mesa de discusión la admisión a los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía de los divorciados vueltos a casar civilmente. El problema no está en la doctrina sobre el matrimonio y la familia, la cual debe considerarse intacta y apegada a la verdad revelada, como así lo deja ver bien claro el Cardenal Kasper. Pero el hecho es que se tiene el divorcio y la ruptura de las familias como un problema grave, y lo que no queda del todo claro es la negación per se del Sacramento de la Reconciliación a quien con verdadero arrepentimiento confiesa su pecado y su culpa, le pide a la Iglesia el perdón de sus pecados, y le es negada a priori sin considerar la condición particular de la persona.
La raíz del problema está en la deficiente iniciación cristiana a los sacramentos y en particular el matrimonio, y allí debe aplicarse la solución de raíz, pero también deben atenderse las consecuencias o síntomas que produce. Negarse a hacer algo ante el problema es como si se planteara que el problema de las drogas comienza en la familia y la falta de educación, y por tanto no debe atacarse el problema de la rehabilitación de los drogadictos o el combate del narcotráfico.
Como bien lo decía el Card. Kasper, sólo algunos casos particulares deben ser cuidadosamente examinados, y cito:
La pregunta es: ¿Esta vía, más allá del rigorismo y del laxismo, la vía de la conversión, que aflora en el sacramento de la misericordia, el sacramento de la penitencia, es también el camino que podemos recorrer en la presente cuestión? Un divorciado vuelto a casar:
1. Si se arrepiente de su fracaso en el primer matrimonio,
2. Si ha aclarado las obligaciones con relación al primer matrimonio, siendo absolutamente definitivo revertir la situación,
3. Si no puede abandonar, sin otras culpas, las obligaciones asumidas en el nuevo matrimonio civil,
4. Si sin embargo, se esfuerza de la mejor manera, según sus posibilidades, el segundo matrimonio, a partir de la fe, y de educar a los hijos en la fe,
5. Si tiene deseo de los sacramentos como fuente de fortaleza en su nueva situación,
¿Debemos o podemos negarle, después de un tiempo de nueva orientación (metanoia), el sacramento de la penitencia y luego de la comunión?
Un matrimonio civil, claramente descrito, se diferencia de otras formas de convivencia “irregular”, como los matrimonios clandestinos, las uniones de hecho, sobre todo la fornicación y los llamados matrimonios salvajes. La vida no es sólo blanco y negro, de hecho, existen muchos matices.
Todo pecado puede ser absuelto, todo pecado puede ser perdonado. También el divorcio. Ése es el punto de partida.
Card. Walter Kasper, 2014
Para abordar el problema se propone un punto de vista: la práctica de la Misericordia a través del ejercicio del poder de perdonar los pecados dado a la Iglesia.
La Sagrada Escritura.
Entre muchas otras, son particularmente cuatro los pasajes bíblicos que establecen el punto de partida:
- Juan 20,22-23 (cfr. Mt.16,19 ; Mt. 18,18)
Y sopló sobre ellos, y les dijo:
—Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.
- Juan 8, 1-11.15
Pero Jesús se dirigió al Monte de los Olivos, y al día siguiente, al amanecer, volvió al templo. La gente se le acercó, y él se sentó y comenzó a enseñarles.
Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer, a la que habían sorprendido cometiendo adulterio. La pusieron en medio de todos los presentes, y dijeron a Jesús:
—Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de cometer adulterio. En la ley, Moisés nos ordenó que se matara a pedradas a esta clase de mujeres. ¿Tú qué dices?
Ellos preguntaron esto para ponerlo a prueba, y tener así de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y comenzó a escribir en la tierra con el dedo. Luego, como seguían preguntándole, se enderezó y les dijo:
—Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra.
Y volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra. Al oír esto, uno tras otro comenzaron a irse, y los primeros en hacerlo fueron los más viejos. Cuando Jesús se encontró solo con la mujer, que se había quedado allí, se enderezó y le preguntó:
—Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?
Ella le contestó:
—Ninguno, Señor.
Jesús le dijo:
—Tampoco yo te condeno; ahora, vete y no vuelvas a pecar.
… Ustedes juzgan según los criterios humanos. Yo no juzgo a nadie;
- Mateo 12, 31-32
Por eso les digo: todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Y a cualquiera que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este siglo ni en el venidero.
Esta última cita es clave: TODO PECADO!!!!!!!
Los Santos Padres
Los Santos Padres atestiguan el poder de la Iglesia para perdonar los pecados. San Paciano dice, citando la Escritura: Todo lo que soltareis, dice el Señor ; no excluye absolutamente nada. Todo, sea grande o pequeño (Ep. 3, 12). Lo mismo refiere San Ambrosio: Dios no hace diferencias; ha prometido a todos su misericordia y concedió a sus sacerdotes la autoridad para perdonar sin excepción alguna (De poenit. I 3, 10).
En otro texto San Ambrosio profundiza más esta idea (De poenit. I 13, 10):
¡Vuelvan, pues, a la Iglesia si alguno de ustedes se separó impíamente de ella! ¡Cristo promete el perdón a todos los que vuelven a ella!, pues está escrito: “Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (Jl 3,5; He 2,21; Rom 10,13) ¡Tenemos un Señor bueno que quiere perdonar a todos! Si quieres ser justificado, confiesa tu culpa. La humilde confesión de los pecados desata los nudos de las faltas. ¿Te avergüenza hacer esto en la Iglesia? ¿Te repugna suplicar a Dios y obtener el auxilio de la santa asamblea que suplica por ti, y esto allí donde no hay motivo alguno de vergüenza sino el de no confesar los propios pecados, puesto que todos somos pecadores, precisamente allí donde merece mayor alabanza quien es más humilde, más sincero, más despreciable a los propios ojos? ¡Llore por ti la madre Iglesia y lave tus culpas con sus lágrimas! ¡Te vea Cristo inmerso en el dolor y diga: “Bienaventurados los que lloráis, porque gozaréis” (Lc 6.21); El se alegra de que muchos lloren por uno solo. Conmovido por las lágrimas de una viuda, le resucitó el hijo, porque todos lloraban por ella (Lc 7,12-13).
El Magisterio de la Iglesia
Hay un elemento importe a destacar: sin dolor por el pecado no hay perdón. Por lo tanto el Concilio de Trento (Sesión XIV, c. 4) «La contrición, que ocupa el primer lugar entre los actos del penitente, es el dolor del corazón y odio por el pecado cometido, con la voluntad de no pecar más». El Consejo (ibíd.), además, que distingue a la contrición perfecta contrición imperfecta, que se conoce como atrición, y que surge de la consideración de la vileza del pecado o del miedo del infierno y el castigo. El Concilio de Trento enseña además (ibíd.): «aunque a veces ocurre que esta contrición sea perfecta y que reconcilia al hombre con Dios antes de la recepción real de este sacramento, siendo la reconciliación no debe ser atribuido a la propia contrición, aparte del deseo del sacramento que él (contrición) incluye».
De acuerdo con esta enseñanza de Pío V condenó (1567) la proposición de Bayo afirma que la contrición perfecta, incluso no lo hace, salvo en caso de necesidad o de martirio, el pecado cometido, sin la recepción del sacramento (Denzinger-Bannwart, «Enchir». , 1071). Cabe señalar, sin embargo, que la contrición de la que el Consejo habla es perfecto en el sentido de que incluye el deseo (votum) para recibir el sacramento. El que en realidad se arrepiente de su pecado por amor a Dios debe estar dispuesto a cumplir con la ordenanza divina con respecto a la penitencia, es decir, se confesaría si un confesor eran accesibles, y se da cuenta que él está obligado a confesar que cuando él tiene la oportunidad. Por lo tanto, es evidente que ni siquiera el dolor de corazón, puede prescindir del poder del Sacramento de la Penitencia.
El derecho de la Iglesia
El Derecho Canónico establece (cic 959):
En el sacramento de la penitencia, los fieles que confiesan sus pecados a un ministro legítimo, arrepentidos de ellos y con propósito de enmienda, obtienen de Dios el perdón de los pecados cometidos después del bautismo, mediante la absolución dada por el mismo ministro, y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron al pecar.
El Papa Francisco.
La Exhortacion Apostólica Postsinodal AMORIS LAETITIA (la alegría del amor), del papa Francisco, publicada en 2016, trata sobre el amor en la familia. El capítulo sexto contiene una sección titulada «Iluminar crisis, angustias y dificultades» (# 231 – 252), y dentro de esta sección se trata el tema de las rupturas de los matrimonios . Algunos párrafos son especialmente iluminadores y recomiendo leer el texto íntegro de este breve apartado: Acompañar después de rupturas y divorcios (# 241-252). Cito un párrafo clave:
A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que «no están excomulgadas» y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión eclesial. Estas situaciones «exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga sentir discriminadas, y promoviendo su participación en la vida de la comunidad.
AMORIS LAETITIA, # 243
Y respecto al Sacramento de la Reconciliación, el papa Francisco en su catequesis el 20 de Noviembre de 2013 en la Plaza San Padro nos dice:
En primer lugar, debemos recordar que el protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. Él es el protagonista. En su primera aparición a los Apóstoles en el Cenáculo, -hemos escuchado- Jesús resucitado hizo el gesto de soplar sobre ellos, diciendo: ‘Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan’.
Jesús da a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. ¿Pero cómo es esto? Porque es un poco difícil entender como un hombre puede perdonar los pecados. Jesús da el poder. La Iglesia es depositaria del poder de las llaves: para abrir, cerrar, para perdonar. Dios perdona a cada hombre en su misericordia soberana, pero Él mismo quiso que los que pertenezcan a Cristo y a su Iglesia, reciban el perdón a través de los ministros de la Comunidad.
…a través del ministerio apostólico la misericordia de Dios me alcanza, mis pecados son perdonados y se me da la alegría. De este modo, Jesús nos llama a vivir la reconciliación incluso en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy hermoso. La Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, nos acompaña en nuestro camino de conversión toda la vida. La Iglesia no es la dueña del poder de las llaves: no es dueña, sino que es sierva del ministerio de misericordia y se alegra siempre que puede ofrecer este regalo divino.
Muchas personas, quizá no entienden la dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo, y también nosotros cristianos sufrimos esto. Por supuesto, Dios perdona a todo pecador arrepentido, personalmente, pero el cristiano está unido a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Y para nosotros cristianos hay un regalo más, y hay también un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. ¡Y eso tenemos que valorizarlo! Es un don, pero es también una curación, es una protección y también la seguridad de que Dios nos ha perdonado.
Voy del hermano sacerdote y digo: «Padre, he hecho esto…» «Pero yo te perdono: es Dios quien perdona y yo estoy seguro, en ese momento, que Dios me ha perdonado. ¡Y esto es hermoso! Esto es tener la seguridad de lo que siempre decimos: «¡Dios siempre nos perdona! ¡No se cansa de perdonar!». Nunca debemos cansarnos de ir a pedir perdón. «Pero, padre, me da vergüenza ir a decirle mis pecados…». «¡Pero, mira, nuestras madres, nuestras mujeres, decían que es mejor sonrojarse una vez, que mil veces tener el color amarillo, eh!» Tú te sonrojas una vez, te perdona los pecados y adelante.
…se oye a alguien que dice que se confiesa directamente con Dios… Sí, como decía antes, Dios siempre te escucha, pero en el Sacramento de la Reconciliación envía un hermano para traerte el perdón, la seguridad del perdón, en nombre de la Iglesia.
… Dios nunca se cansa de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote nos estrecha en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite levantarnos de nuevo y reanudar el camino. Porque ésta es nuestra vida: continuamente levantarse y seguir adelante.
Como complemento a estos argumentos, recomiendo dos artículos publicados en Aletheia:
¿Hay pecados que un sacerdote «normal» no puede perdonar?
12 enseñanzas de los santos doctores sobre la misericordia
Conclusión
Ciertamente el matrimonio es indisoluble. Se peca cuando se descuida el matrimonio, se deja morir el amor y se rompe la relación. Ese es el pecado en cuestión. Ahora bien, si se plantea que el pecado fue haber roto una primera relación, y arrepentido de haberlo hecho hace el firme propósito por no volver a romper una relación, el fiel desea obtener el perdón de su pecado, ¿no estaría ya cumpliendo con las condiciones para el sacramento?, ¿o es que acaso este pecado no tiene perdón?.
Por otra parte, no debe obligarse a cohabitar a una pareja que no tiene sentimientos de afecto entre sí, y además, en algunos casos la segunda relación es armoniosa y propicia la edificación mutua de la pareja, siendo además fecunda en hijos y durando por el resto de sus días, cumpliendo así lo establecido en el CIC 1055 #1: La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole… Entonces, cuando juzgamos a priori que la segunda relación es condición de pecado, ¿no se estará juzgando con criterios humanos? (cfr. Jn. 8,15); y al impedir a los fieles una segunda relación, ¿no estaremos poniendo sobre estos fieles una carga demasiado pesada? (cfr. Mt. 23,4).
Es una gravísima responsabilidad para el sacerdote negar la absolución si la persona acude con un corazón contrito y arrepentido, a sabiendas de que sin su absolución la persona queda atada; recuérdese una vez más la Escritura: un corazón quebrantado y humillado tu no lo desprecias Señor (Sal. 51,17), ¿pero el sacerdote si puede despreciarlo? . Cuando un ministro se niega a dar la absolución, ¿realmente está en cuenta del castigo que impone a la persona, a pesar de que pudiera estar en efecto arrepentido? . Y acaso cuando un sacerdote niega la absolución, no se parece a los que pretendían apedrear a la mujer adultera? (Cfr Juan 8, 1-11).
Hay que advertir que no son estos todos los casos, sino unos pocos que deben examinarse con cuidado y profundidad. En un mundo abierto al libertinaje, hay que medir bien cada decisión, pero por exceso de precaución no debe cometerse tampoco una injusticia.
